(Disco) Utópico de Cáncer / Andrés Correa

(Disco) Utópico de Cáncer / Andrés Correa

Se cumplen 22 años de Utópico de Cáncer, el primer disco de larga duración del cantautor bogotano Andrés Correa, marcando así —quizás sin imaginar la trascendencia que alcanzaría— su entrada al campo comercial de la música independiente en Colombia. Un álbum que perfila con sutileza sus influencias de la música argentina de la época, especialmente de figuras como Fito Páez y Charly García.

 

“Muchas historias se pueden contar al tratar de mostrar mi música”, comentó Andrés en cierta ocasión al hablar de su recorrido. Y recalcó: “Todo ha sido a punta de trabajo arduo”.

 

“Utópico de Cáncer”, nombre del álbum (con dos portadas distintas) y de la canción que lo abre, estalla con energía, expresando los malestares cotidianos de la ciudad capitalina con la que convive. “Las miserias, los comandos, las putas y los condenados / los del bar, los temerarios, la PM, el septimazo”: una radiografía urbana acompañada de los recorridos de un músico varado por la época, que buscaba el son con qué arrancar. Tonada de emisora, calle y andén.

 

Sigue con “Círculo vicioso”, que dice: “Así es que tal vez ya no quede nada más / que regresar a casa a naufragar”, y “Ser sin ti”: “Si me rindo sin luchar / Si esta lucha nos va a desangrar”. Canciones que transitan el desamor y las penumbras, revelando el círculo venenoso del sentimiento universal: esa incertidumbre de entregarse a algo que puede o no perdurar, lo que enfrentamos, y la resistencia —o evasión— a los cambios que podrían llevarnos a sentirnos mejor.

 

Luego llega la diversión con “Porno”: Mejor quedarse tirado en la cama viendo / Porno, porno, por no, porque sí, porque”, una parodia aguda que divide deseo y acción en lo masculino, un juego entre lo que se desea, se piensa y se hace. Dos cabezas, un motor, y un sofá testigo.

 

Ahora sí, el amor. Con una lírica exquisita de compasión, conquista y alegoría aparece “Cada vez”, un romántico show que convoca a la musa: “Ven ¿Ves?, en mi latido / un sueño también hay”.

 

Y una de mis favoritas: “Pájaro”. Resuena apenas suena la trompeta, una llamada a la angustia y al desasosiego de no saber dónde estamos ni hacia dónde vamos: “El cielo ha desplegado un velo de bruma / Su norte se ha extraviado entre la negrura / Qué aguda cima tras la niebla le aguardará”.

 

Del limbo pasamos a lo banal con “Parapata”, un jazz que lanza dardos a lo superficial, a las malas costumbres de una sociedad elitista, y a las imágenes degradantes hacia la mujer como mercancía. También retrata cómo algunas de ellas piensan tarde en las consecuencias de ser la “perra” de alguno(a), en un entorno donde los valores se desdibujan brutalmente: “El más exótico placer / en una esquina de París / embajadora de la Colombie”.

 

Llegamos a lo mejor, a lo autóctono: “Fiebre de Chucu Chucu”, un folk servido en plato típico bien cumbiometro, condimentado con sabor salsero y un toque roquero. La canción menciona al Putas, ese personaje de terror pueblerino: “Nos va a llevar, nos va a llevar / el putas nos va a llevar”. Es pura actitud, puro Chucu Chucu donde quiera.

 

“Más Allá” es triste, misteriosa, profunda, y marcada con hilos de estirpe: “Sangre de tu sangre / corre por tus manos / sangre de tu hermano”.

 

Y volvemos a “Utópico de Cáncer”, esta vez en una versión extendida que incluye una estrofa poética de protesta social. Una canción vetada por los medios, pero que vibra con autenticidad.

 

Para cerrar, “Monstruo”, un excelente bonus track de espíritu infantil, que nos invita a tirarnos al suelo a jugar con carritos, soldados, chocoritos y muñecas de trapo, exaltando la profundidad de su letra, pensada, esbelta y genial. Fue, además, la canción con la que llegué a conocer a este cantautor.

 

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